Vínculo copiado
#ESNOTICIA
#ESNOTICIA
En el escenario internacional, los discursos y las realidades también chocan con fuerza
00:01 viernes 22 agosto, 2025
Colaboradores"Ese mismo que tanto admiró
La moral estilo soviet
Por un catorce por ciento cambió
La imaginación al poder
Desde que a Hollywood
Llega una línea
Del metro de Moscú..."
Hace unos ayeres, un peculiar personaje de la política mexicana defendía: “El Presidente Putin ha acreditado una enorme capacidad de liderazgo, ha recuperado el orgullo de la Federación rusa… ha llegado al gobierno a través de mecanismos democráticos” y comparaba su destreza política frente al imperialismo yanqui que tanto desprecia desde un hotel en Nueva York. No es la primera vez que un político o ciudadano -en México y el resto del mundo- reprueba en el discurso populista la dominación capitalista que caracteriza a Estados Unidos en la geopolítica mundial, incluso si eso los lleva al extremo de idealizar figuras o regímenes autoritarios y las acciones que llevan en todo el ancho del globo. Eso sí, está de más mencionar que el actuar de estos personajes dista mucho de su propio discurso; generalmente los verá usted posteando su desacuerdo desde el último iPhone, de viaje en primera clase o simplemente deleitando su paladar en tanto que un mesero descorcha una botella de champagne en el mejor restaurante de Madrid o Tokio. No obstante, la hipocresía no es patrimonio exclusivo de la política mexicana. En el escenario internacional, los discursos y las realidades también chocan con fuerza. Trasladada al plano mundial, la cumbre entre los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin revivieron este choque político, ideológico y económico que ya vimos en otras épocas. Las dos potencias, los mandamás, el par de emperadores ajustando cuentas al puro estilo de Kennedy y Jrushchov en los 60, o de Reagan y Gorbachov a finales de los 80. Sin embargo, ni siquiera en aquellas décadas en que comenzaba y finalizaba la Guerra Fría, se había visto a un presidente norteamericano cediendo terreno a lo que el homólogo ruso demandaba. Por un lado, el primer golpe no fue diplomático, sino textil: Serguéi Lavrov se dejó ver con una sudadera de la vieja URSS -CCCP, en ruso-, como si el fantasma de la Guerra Fría bajara del clóset para sentarse en la mesa. Un gesto calculado que, en tiempos de Putin, dice más que un discurso de tres horas. Por su parte, Trump, obsesionado ahora por ganar el Nobel de la Paz, consolidó un par de victorias más a favor de quien hasta el mes de julio consideraba "insignificante". Putin salió de suelo estadounidense con una sonrisa más ancha que con la que entró, justificó la invasión a Ucrania y se despidió de Trump sabiendo que hacía décadas no se había visto una participación tan gris de un mandatario norteamericano en una reunión de ese calibre. Este contexto global no es para minimizarse. Ya en las reuniones entre Kennedy y Jrushchov -los albores de la Guerra Fría-, a pesar de los avances logrados en materia nuclear, todo derivó en la ruptura de acuerdos por ambas naciones: Estados Unidos, por un lado, puso en marcha la Operación Mangosta en los 60 con la que buscaba derrocar al gobierno de Fidel Castro en Cuba; mientras que Rusia posicionó armas nucleares en dicha nación -Crisis de los Misiles (1962)- apuntando directamente a su enemigo. Era un estira y afloja, ambas naciones tenían el dedo en el gatillo, solo hacía falta que alguien cruzara esa delgada línea para volar en 13 o 15 minutos a su adversario con un ataque nuclear. El punto crítico de esta relación política entre las dos potencias recae en que arrastra, invariablemente, a otros países. Venezuela, por ejemplo, con la política comunista y autoritaria de Nicolás Maduro –quien hoy parece encontrarse en serios aprietos porque los gringos desplegaron fuerzas armadas cerca de su territorio-. Hoy pareciera que la nación sudamericana está adoptando aquel papel que jugó Cuba y, en buena parte por el extremo ideológico infundido por la administración madurense, es usada como peón estratégico para que Rusia tenga cercanía política y militar con Estados Unidos. Paradójicamente, Maduro hace gala del discurso antimperialista yanqui, pero les vende petróleo y sus familiares gozan de ese capitalismo que tanto desprecian. Es por ello que importaba tanto la cumbre y el traje que Trump quisiera vestir. Tristemente deja el sinsabor de haberle dado por su lado a Putin, mientras las naciones en el globo –algunas más que otras- estudian y analizan las consecuencias de esta tan inexplicable relación diplomática. Polonia, por ejemplo, podría encontrarse en la antesala de ese coqueteo expansionista ruso y la reunificación de la antigua Unión Soviética. En política mundial, la suerte no está echada. Las contradicciones son parte del juego; los pueblos, quienes sufren las decisiones de sus líderes. Solo no deberíamos olvidar algunos datos para evitar repetir lo que, se supone, ya habíamos aprendido como humanidad: *Esto no es una batalla de identidades, el pueblo norteamericano y el pueblo ruso también adolecen, como en el resto de las naciones, de las políticas implementadas por un par de líderes que podrían ponernos a jugar al gato y al ratón, a nivel mundial y en un santiamén. Se trata puntualmente de entender causas y posibles consecuencias de algo que ya vivimos.
*El fracaso de la Unión Soviética se dio principalmente por el desgaste del discurso. Vamos, incluso las naciones que seguían sus ideales eran consideradas un destino a modo de castigo para quienes cometían faltas en la esfera política. Rusia está apostando a estirar su discurso contradictorio y de invasión justificada hasta donde dé.
*No es una lucha directa entre capitalismo y comunismo, pero sí tiene resabios de este contraste que caracterizó los finales del siglo anterior y cuyo símbolo fue el Muro de Berlín. Solo recuerden hacerse la siguiente pregunta: cuando cayó el Muro, ¿hacia qué lado corrió la gente?
"No habrá revolución
Se acabo la guerra fría
Se suicidó la ideología
Y uno no sabe si reír o si llorar
Viendo a Trotsky en Wall Street fumar
La pipa de la paz".