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El olor ácido me trasladó a los años 80 y 90, cuando estábamos sometidos a las franquicias mexicanas de Coyoacán, que tostaban el café antes de que ma
00:10 sábado 6 septiembre, 2025
ColaboradoresEl Doctor Patán recibió el frasco como quien recibe un tesoro rescatado de nuestro glorioso subsuelo prehispánico, sembrado de los vestigios de las culturas más evolucionadas, democráticas y buena onda del mundo. Con emoción. Con tremores de furor patriótico. Tuve que mover influencias, porque las tiendas del Bienestar no han desembarcado en la zona de Polanco y porque, de todas maneras, todavía no se ha distribuido como Dios manda (por Dios me refiero a Quetzalcóatl, en sintonía con los nuevos tiempos). Pero lo conseguí, en el formato más pequeño, el de 35 varos, luego de varias llamadas, y me lancé a armar una degustación-maridaje en casa.
El olor ácido me trasladó a los años 80 y 90, cuando estábamos sometidos a las franquicias mexicanas de Coyoacán, que tostaban el café antes de que madurara y lo convertían en un ácido nítrico demasiado caliente y a precios aptos para los alumnos de la UNAM. Pero eso no me arredró. Confieso que el neoliberalismo mexa me ha deformado. Incluso hoy, porque uno es débil, soy aficionado a las cápsulas de café fifí, con esa onda cremosa, y a veces me lanzo a moler el grano, rigurosamente importado de Italia o Colombia, y usar una máquina de espresso igualmente italiana. Sobre todo, no le entro al soluble. Pero el sello “Bienestar” es garantía, así que eché un cucharazo a la taza de agua caliente y me dispuse a revolver hasta lograr una mezcla homogénea.
12 minutos después, estaba listo para el maridaje, una experiencia en tres tiempos.
Primero, el café, muy mexicanamente, con el postre. El resultado fue… heterodoxo. En boca, el cheese cake de una pastelería buenísima de la Roma, favorito de aquí su Doctor, se convirtió con la revoltura cafetera en una especie de tofu achamoyado. Su Doctor, para que entiendan a lo que me refiero, piensa que el tofu, sin excepciones, debería estar prohibido.
Enseguida, y luego de un buche de agua, pasé a lo que voy a llamar la fase digestiva: café, whisky, puro. Joto, reina, rey. Uf. El single malt con Bienestar demostró ser una mezcla altamente corrosiva. Creo que lo que siento desde ese día se conoce como esofaguitis. El puro, a su vez, se convirtió en algo extrañamente insaboro, y miren que quise celebrar la ocasión con un lujito con el anillo de Davidoff. Explicación: mis papilas gustativas estaban cauterizadas.
Después, la prueba de pruebas: un trago a solas. A degustar: “Tal vez el problema esté en la mezcla”, me dije. En síntesis: el sabor así, sin agentes externos, es… Orgullosamente ajeno a patrones gastronómicos occidentales. Ahí está la clave. “Bienestar” es modificar nuestros hábitos. Entrarle a un desafío. Romper tus límites, esos límites que marca el raci-clasismo. Aquí su doctor promete esforzarse. Por lo pronto, ya sé a qué se refería la presidenta con lo de que “se sigan retorciendo”.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09