Vínculo copiado
España y Portugal padecieron un apagón masivo, como de película apocalíptica de Sam Esmail; el presidente español, Pedro Sánchez, busca las razones y se aleja de la especulación. Una lección
00:02 jueves 1 mayo, 2025
ColaboradoresDistópica, apocalíptica y profundamente relevante en ese 2015 en que los efectos de la crisis financiera de 2008, las trapacerías de Madoff y la memoria de Occupy Wall Street se mantenían frescos en en el imaginario colectivo, Mr. Robot fue una serie televisiva que me produjo fascinación mientras pude verla. (En un gesto metaliterario para una narrativa que contaba entre sus premisas una empresa multinacional maligna, el poderosísimo conglomerado que la distribuía en México a través de su plataforma interrumpió su publicación con la tercera y penúltima temporada, por lo que sigo sin saber cómo termina.)
Historia de un grupo de hacktivistas empeñados en borrar toda la deuda de los consumidores del mundo en represalia a los abusos del sistema financiero, Mr. Robot supo captar el espíritu de los tiempos al postular el momento histórico heredero de 2008 no sólo como crisis económica, política y moral sino como cambio de paradigma cultural: acaso el momento en que la democracia liberal se jodió en definitiva.
Mi admiración no resuelta por Mr. Robot hizo que me precipitara a ver Leave the World Behind en cuanto descubrí en su ficha técnica el crédito de Sam Esmail, el creador de la serie. Influido por una cauda de cultores de lo ominoso que va de Kubrick a Palahniuk y de De Lillo a Lynch, el director plantea en la película un apagón generalizado en la costa este de Estados Unidos que desata toda suerte de problemas, lo mismo predecibles –caos vial, desinformación– que impredecibles –un barco mercantil que encalla en una playa turística, comportamiento extraño de animales, ruidos inexplicables. Distintos indicios apuntan a distintas explicaciones –un ataque terrorista, una guerra civil, un golpe de Estado, radiación nuclear, un fenómeno sobrenatural– pero ninguna es concluyente. La película sería ansiogénica en cualquier momento pero lo es más en el mundo de Trump y Putin, de Gaza y Crimea, del Covid y el calentamiento global. La incertidumbre dejó de ser parábola para convertirse en cotidianidad.
Lo acontecido en la península ibérica el lunes pasado parecería salido de una narrativa de Sam Esmail –de ésta, de hecho– pero es perturbadoramente cierto: algo dejó por horas a dos países enteros sin energía eléctrica –y por tanto sin transporte público, sin aeropuertos, sin semáforos, con telefonía intermitente– y sus gobiernos siguen sin podérselo explicar. La declaración del presidente español Pedro Sánchez –“No descartamos ninguna hipótesis”– es eminentemente responsable y hasta admirable –encomiable que resista a la tentación de inventarse algo para salir del paso, costumbre de político– pero, claro, en nada logra mitigar nuestra incertidumbre: como los personajes de la película, Iberia se quedó sin luz y el mundo con ella.
La lectura alegórica es inevitable.
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
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