Vínculo copiado
Al cielo se elevan los ruegos para que el sucesor del papa Francisco tenga su misma altura a nivel popular como moral
00:02 lunes 28 abril, 2025
ColaboradoresEl primer viaje del Papa Francisco fue a la isla de Lampedusa, puerto de entrada para migraciones libia y tunecina. Ahí, rezó por los muertos en pos de un mejor futuro y condenó nuestra “cultura de la comodidad” que “nos vuelve insensibles a los gritos de los demás”. Tuvo palabras de defensa de los derechos humanos de los migrantes, acometió poderosos gestos simbólicos como el traslado a Italia de 12 refugiados sirios en el avión vaticano y prodigó a la administración Trump frecuentes reconvenciones públicas en razón de su política migratoria, la última dirigida el sábado pasado al vicepresidente J.D. Vance. En Francesco, documental de Evgeny Afineevsky, el Papa afirma que “los homosexuales tienen derecho a ser parte de la familia” y que “nadie debe ser expulsado o humillado por ello”, palabras que encuentran resonancia en las que dedicara a Juan Carlos Cruz, un chileno abiertamente gay: “Así te hizo Dios y así te ama, y así te ama el Papa”. En efecto, no sólo se manifestó en favor de las sociedades de convivencia para parejas del mismo género sino que consignó en una encíclica –Fiducia Supplicans– que las contempla a la letra su derecho a ser bendecidas. Al mismo tiempo, la alta jerarquía católica hace poco tangible por los migrantes: las declaraciones de Lampedusa redundaron en que una pequeña embarcación católica acometiera una misión de tres días en el Mediterráneo… y paremos de contar. Si bien el espíritu de Francisco con la diversidad sexual fue sin duda fraterno, también es cierto que nunca puso en tela de juicio que el matrimonio sea cosa entre hombre y mujer, y que recomendó a las cabezas de las seminarios rechazar a los candidatos potencialmente homosexuales ante “la menor duda”, so pena de que llegaran a vivir una “doble vida”. (Como si ello no fuera posible con independencia de la orientación sexual.) Incluso su cita más célebre y celebrada sobre el tema –“¿Quién soy yo para juzgar?”– admite más de una lectura: sin duda no se arroga la facultad de sancionar la orientación sexual de nadie pero acaso reserve esa potestad a Dios. Es una declaración de político, y bien está: eso, a fin de cuentas –y no un santo–, es un Papa. Jorge Bergoglio fue uno de primera: sagaz para procurar reformas discretas pero certeras pero también para dar tranquilidad a la jerarquía, hábil para construir una figura popular pero moral en su adscripción a un paradigma democrático moderno. No fue el santo que pretenden sus hagiógrafos ni el guerrillero que sueña la gauche divine sino algo más importante: un buen hombre. (La etiqueta se la pone Luke Guillory en un texto apresurado pero lúcido publicado ayer en Esquire. Añade algo más importante: uno bueno en un tiempo en que los buenos escasean.) En desafío de mi propio ateísmo, rezo porque tenga un sucesor a su altura. POR NICOLÁS ALVARADO