Vínculo copiado
Los clics, esa chispa que ha sostenido un modelo de prosperidad exorbitante en internet
16:30 viernes 12 septiembre, 2025
TecnologíaPodría ser la escena inicial de una película. Despiertas un sábado y le pides a Comet, tu agente de inteligencia artificial, que reserve una mesa para un restaurante italiano cerca de casa a las 8:00 PM.
En menos de un minuto llega la confirmación. Sin llamadas. Sin buscadores. Sin enlaces. Es más, sin clics. Los clics, esa chispa que ha sostenido un modelo de prosperidad exorbitante en internet.
Esta película pasa a un flashback, que ahora apunta al 2025.
Durante dos décadas la web ha funcionado como un centro comercial. Quien vende algo (productos, noticias) monta escaparates; Google levanta el edificio, alquila los pasillos, ilumina las fachadas, transporta a la gente y cobra en la caja…
El pacto se sobreentiende: yo pongo lo que desea la gente; tú manejas la infraestructura; todos ordeñamos el modelo. Google, recibe más, porque sabe todo sobre los clientes. Y los envía. (¿Gracias?).
Imperfecto, desproporcionado, pero el modelo encaja como un trueque estable entre creación, distribución y monetización.
La maquinaria, sin embargo, tiene cláusulas que pocos consultan. Aquí es donde aparecen los navegadores. El ingreso principal de Google no proviene de cobrar al usuario, sino de explotar la puerta de entrada.
Un tributo digno de emperadores que honra la vieja regla: quien controla la puerta controla el mercado. El zorro cuida el gallinero mientras, de reojo, le agradece la comida al granjero.
Para Google, Chrome es más que un navegador: es un extractor de minerales preciosos llamado “datos”. Historiales, cookies, coordenadas… con esa mezcla la compañía forja perfiles tan precisos que los anuncios parecen leer la mente.
El negocio es redondo: el navegador sabe lo que quieres, y si tiene dudas, tú las disipas con las búsquedas… con un buscador hecho por ellos mismos. La audiencia permanece dentro de un jardín amurallado donde todo conspira a favor de la caja registradora.
Y, por si fuera poco, Google, jugada maestra, hizo público el código de Chromium, es decir, la receta para hacer Chrome. Los desarrolladores de los principales navegadores lo aprovecharon para ahorrarse trabajo y recursos. Google ofreció al mundo semillas fértiles y, de paso, garantizó que la tierra, el clima y el agua llevaran su firma.
La ilusión de que el usuario elige ahí está, pero el cultivo avanza: quien decida el futuro de Chromium dictará el estándar respiratorio de la web.
¿Ahora hace sentido que el Departamento de Justicia de Estados Unidos haya propuesto amputar Chrome del cuerpo de Alphabet, la empresa matriz de Google?
Y sí, hay navegadores que usan formatos y tecnologías distintos,Mozilla Firefoxpor ejemplo, pero su comunidad es ínfima.
Regresemos a la analogía de la película. Esto no es un melodrama. Google no es el ‘malo’. Es el chico listo que supo cómo hacer negocio. A su manera, generó un ecosistema del que se alimentan miles de empresas.
Y aquí viene el nudo que podría cambiar el género de nuestra película. De suspenso sí es, ¿de terror? Veamos.
A Chrome le empiezan a salir competidores. Pero a diferencia de los anteriores, están basados en soluciones de inteligencia artificial. Tomemos el caso de Perplexity, con Comet.
El director general de Perplexity, Aravind Srinivas, lo anunció con una pulla:
“Big Tech no puede copiar Comet”
Aquí una entrevista donde explica sus dichos:
No es una fanfarronada; es una estrategia para mutar la anatomía de la navegación. Se basa en agentes.
Comet —y pronto Operator, la opción que OpenAI alista— no muestran puertas: entregan estancias listas para habitar. Preguntas por un vuelo y recibes itinerarios, comparados y ordenados por precio y horarios ajustados a tu agenda.
Todo ocurre entre bambalinas: adiós a la peregrinación por foros, blogs o páginas de comercio electrónico. Adiós a la navegación privada para evitar subidas en el precio por las cookies. El clic en ese escenario es un fósil que se guarda para la vitrina de los museos.
Esta maravilla, claro, no es gratis.
Perplexity cobra el acceso, pero también ha empezado a monetizarla con “preguntas patrocinadas”, con exclusividad por categoría. El anunciante no compra un espacio visual; compra el instante exacto en que la duda florece.
Es decir, “si vas a viajar al destino X, la cadena de hoteles Y tiene los siguientes paquetes con descuento para tus fechas. ¿Reservo alguno?”.
El nuevo pacto entre navegador‑IA y usuario parece idílico: menos rastreo, menos ruido, respuestas servidas con guante blanco. Pero la medalla tiene un reverso: si esos agentes retienen al lector dentro de su sala privada, el internet tradicional verá desvanecerse el oxígeno que lo sostiene.
Un sitio de viajes, por ejemplo, podría desvanecerse. La IA leerá sus recomendaciones y las guardará. Las usará cuando las necesite. Pero, hasta ahora, no hay información de que esa IA compartirá los ingresos.
Y lo mismo puede aplicarse para un sitio de noticias. Sin visitas no hay publicidad; sin publicidad no hay ingresos; sin ingresos no hay periodistas. Y sin periodistas que produzcan datos frescos, los modelos de IA terminan sorbiendo un pozo cada vez más seco.
Hay quienes levantan la ceja y preguntan por la fiabilidad de esos oráculos sintéticos. ‘No funcionará’ dicen. Además, las propias IA siguen dependiendo de los índices de Google o Bing para rastrear la web. Todavía.
Aun así, la fractura que se abre es profunda. Una derrota de Google, por paradójico que parezca, ofrecería beneficios sociales: menos explotación masiva de datos personales, más competencia, quizás la adopción de navegadores por suscripción donde el usuario paga con capital y no con su información.
Pero, quizá, esto abriría una caja de Pandora.
Por ejemplo, nada impediría que los propios medios desarrollen sus agentes, capaces de conversar con el navegador‑IA con voz propia y factura adjunta. Y muchos gobiernos estarían interesados en financiar esa conversación. O tal vez obstruírla.
El cambio cultural no avisa, se consolida en silencio mientras los viejos hábitos se oxidan. Hoy entregamos datos, recibimos sencillez, olvidamos el precio.
¿Mañana qué o quién financiará el proceso? Esta película tiene un final abierto.
Únete a nuestro canal de WhatsApp para no perderte la información más importante 👉🏽 https://gmnet.vip/7Be3H
Como en toda mutación, las especies que quieran perdurar deberán aprender a respirar aire nuevo… o encaminarse al museo de lo extinto.
Con información de Excélsior