Vínculo copiado
La historia que conocemos sobre la Independencia, con héroes y villanos, está incompleta
00:23 viernes 12 septiembre, 2025
Colaboradores“Yo soy traidora, Nachita”, le decía la señora Laura a su nana en el imperdible cuento “La culpa es de los Tlaxcaltecas” de la fenomenal escritora mexicana Elena Garro.
Inicia septiembre y desempolvamos la historia de bronce que parece inmutable: en centros históricos, puestos de artículos patrios, festivales, bailables de primaria y noticias vemos la imagen de Hidalgo con la campana de Dolores, a la Corregidora conspirando en el contenido de tareas que pocos recuerdan haber leído y a los héroes –Allende, Aldama, Guerrero y Morelos– a todo galope en biografías impresas de una gesta que se nos cuenta repentina, como si el sonoro grito de Hidalgo bastase para sacudir tres siglos de Virreinato. La historia que conocemos sobre la Independencia, con héroes y villanos, está incompleta. La realidad detrás de esa gesta es mucho más compleja y multifacética. Así, la crisis de España por la invasión napoleónica, el hartazgo con José de Iturrigaray, virrey debilitado en la Nueva España, y, especialmente, un pueblo con intereses de identidad y políticos son puntos cruciales para entender, para sanar esos atavismos que a menudo ignoran la riqueza cultural que heredamos. Lo que hoy somos, un pueblo mestizo, resultado de siglos de intercambio cultural, es un sincretismo vivo entre lo indígena y lo español. Esa mezcla no solo se refleja en nuestro lenguaje, arte o gastronomía, sino en nuestra identidad misma. No obstante, esto no pretende ser una clase de Historia; sin embargo, es preciso señalar que, con sus matices o no, conocerla se vuelve una tarea urgente, incluso a más de 200 años de iniciado el movimiento. La cuestión entonces es: ¿los ideales que perseguía la Independencia –más allá de los claroscuros de sus personajes–, así como la forma en que nos la vendieron, han impactado a la sociedad? ¿En qué forma? Primero, el odio o rencor exacerbado hacia los españoles por una justa que no es culpa de nadie hoy en día, es culpa quizá de la historia misma. La corona de la península ibérica era la potencia europea del momento; fueron los españoles, como bien pudieron ser los ingleses; fue en 1519, como pudo suceder antes o después. Tarde o temprano el choque cultural e ideológico sucedería. La trascendencia de alejarnos de esos rencores no la hemos imaginado. Nos vemos todavía en el espejo de hace 500 años en donde sí hubo muchas injusticias, pero –juzgado en su contexto– el arribo europeo nos dejó herencias que hoy nos dan identidad: el lenguaje, el arte, la arquitectura, el mestizaje mismo. “Una chulada”, diría el maestro y divulgador de Historia mexicano, Alejandro Rosas. Basta también cuestionarnos en dónde quedan tres siglos de Virreinato, porque en la historia que nos contaron sucede La Conquista en un par de años y, como si el tiempo volara, nos situábamos en 1810 imaginando el grito de Dolores. Las sociedades necesitan héroes y villanos, pero también la historia se usa a conveniencia muchas veces. Quizá la pregunta válida es si, tal vez, los 300 años de Virreinato –que superan incluso al México independiente con un siglo– fueron la conformación de una sociedad nueva. Eliminando conceptos de apropiación y apreciación cultural, quizá ese periodo dio paso a un sincretismo tan rico culturalmente que hasta hoy no hemos sabido apreciar. Y, porque no hay que dejarlo de lado, la Historia bien interpretada debería recordarnos, hoy más que nunca, que no conocerla nos ha llevado a escenarios sociopolíticos en los que aquellos grandes independentistas –como Allende o Morelos– cuestionarían por qué la lucha de 1810 no ha podido subsanar conflictos internos de la nueva sociedad mexicana de su época y por qué, en pleno 2025, seguimos arrastrando cadenas distintas, pero cadenas al fin. Conocer la historia no es nostalgia: es una herramienta cívica. Si seguimos viendo el pasado en blanco y negro, tomaremos decisiones sin mapa. Recuperar el sincretismo como dato y como brújula no es solamente un lujo cultural: es una urgencia social y política. ¿Y la señora Laura del cuento? Se fue, dijo Nacha al cierre de la historia, porque, para ella, la señora Laura, con todo lo que cargaba, no era de esta época.