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En 1647, el jesuita Baltasar Gracián publicaba en Huesca (España) su famoso Oráculo manual...
00:03 domingo 8 octubre, 2023
ColaboradoresEn 1647, el jesuita Baltasar Gracián publicaba en Huesca (España) su famoso Oráculo manual, libro con el que pretendía enseñar a sus lectores el difícil arte de vivir en sólo 300 aforismos o máximas. Su título completo era: Oráculo manual y arte de prudencia sacada de los aforismos que se discurren en las obras de Lorenço Gracián, etcétera, y tanta acogida tuvo este librito en España y fuera de ella que Arthur Schopenhauer, el filósofo alemán, quedó encantado con él, y él mismo lo tradujo al alemán. Desde entonces el Oráculo manual no ha hecho más que reeditarse año tras año. ¿Año tras año? Sí. Y para que nadie diga que exagero, téngase en cuenta el siguiente dato, a saber: que en 1992 el Oráculo manual fue publicado en inglés con el título de The Art of Worldly Wisdom: A Pocket Oracle y presentado como manual de autoayuda para ejecutivos desesperados; ahora bien, en menos de lo que se dice, la casa editora Doubleday de Nueva York tuvo la satisfacción de vender la nada despreciable cantidad de 150.000 ejemplares. ¿Quién podía esperarse un resultado semejante con un libro escrito en pleno siglo XVII? Pero no, el Oráculo manual no es un libro para ejecutivos, o por lo menos no sólo para ejecutivos; es, más bien, un libro para aquellos que quieren vivir como se debe. He aquí, por ejemplo, lo enseña Gracián en uno de sus aforismos, el número 70: «No todo se ha de conceder, ni a todos. Tanto importa como el saber conceder, y en los que mandan es atención urgente. Aquí entra el modo: más se estima el no de algunos que el sí de otros, porque un no dorado satisfaze más que un sí a secas. Ai muchos que siempre tienen en la voca el no, con que todo lo desazonan. El no es siempre el primero en ellos, y aunque después todo lo vienen a conceder, no se les estima, porque precedió aquella primera desazón. No se han de negar de rondón las cosas: vaya a tragos el desengaño; ni se han de negar del todo, que sería desauciar la dependencia. Queden siempre algunas reliquias de esperanza para que templen lo amargo del negar. Llene la cortesía el vacío del favor y suplan las buenas palabras la falta de las obras. El sí y el no son breves de decir y piden mucho pensar». ¡No, no he transcrito descuidadamente! Boca, antes, se escribía con v de vaca, y al verbo desahuciar aún no se le ponía una hache intermedia. ¡Qué quiere usted: antes las cosas se escribían así! Pero si leer estas palabras, dichas en castellano viejo, le pone a usted los pelos de punta, he aquí el mismo aforismo puesto al día por José Luis Trueba (Oráculo manual y arte de prudencia, México, Alambra, 2002, p. 64): «No se debe conceder todo, ni a todos. Tanto importa saber negar como saber conceder, y en los que mandan ésta es una prudencia necesaria. Aquí interviene la forma: se estima más el no de algunos que el sí de otros: un no dorado satisface más que un sí a secas. Hay muchas personas que tienen siempre el no en la boca, con lo que lo estropean todo. En ellos, el no siempre es lo primero, y aunque después todo lo vienen a conceder, no se les toma en cuenta por el disgusto inicial. Las cosas no se deben negar de golpe; es mejor una decepción a sorbos. Tampoco se debe negar todo, pues se terminaría la dependencia. Es mejor que siempre queden algunos restos de esperanza para que templen lo amargo de la negativa. La cortesía debe llenar el vacío del favor y suplir con buenas palabras la carencia de obras. El sí y el no son breves de decir, pero exigen pensar mucho». Este precepto es muy importante: en efecto, es necesario saber negar. Hay gente quiere hacerse simpática y gozar fama de condescendiente y magnánima, de modo que a todo dicen que sí, aunque después no puedan cumplir lo que prometieron, y, así, cuando llega el momento de llevar a la práctica su promesa, o lo hacen de mala gana o simplemente no lo hacen, con lo que su fama queda más herida y malparada que si desde el principio se hubiesen atrevido a decir que no. Uno quisiera poder ayudar siempre y en todas partes, pero a veces no es posible. Esto lo entendí a mi pesar hace algunos años, cuando acepté una vez asistir a dos pláticas al mismo tiempo, una en un colegio y otra en otro, por no tener el valor de rechazar la invitación que me habían hecho los que ya me encontraron comprometido. -Claro que sí –dije a estos últimos-, nos vemos ahí a las cinco de la tarde, no faltaba más. Pero como no tengo el don de la ubicuidad, ni creo que vaya a tenerlo nunca, tuve que pedirle después a un hermano mío sacerdote que me supliera en cualquiera de los dos sitios. ¡Qué catástrofe! ¡Cómo me hubiera simplificado la vida de haber dicho que no desde el principio, y cómo se la habría simplificado también a los organizadores del evento si les hubiese hablado con la verdad! Pero no: yo quería quedar bien con todos, y al final lo único que conseguí es que hasta el día de hoy se me tenga en ese colegio por persona muy informal. Hay que saber decir no. Pero hay que guardarse de decirlo siempre. Existen personas que a lo que les pidas siempre moverán negativamente la cabeza; con personas como éstas uno ya sabe que no cuenta para nada, y eso es malo. Pero cuando ante una petición ajena digamos que sí, este sí debe ser alegre, pues de lo contrario ni siquiera se nos agradecerá el favor. Ahora bien, cuando haya que decir que no, este no debe ser –en palabras de Gracián- «un no dorado», es decir, dicho con amables palabras y con toda la cortesía del mundo, según dice el aforismo número 73 del mismo Oráculo manual: «El recurso de los prudentes es saber usar evasivas. Con galantería suelen salir del más intrincado laberinto. Con una sonrisa se evita la contienda más difícil». «Que vuestro sí sea sí, y que vuestro no sea no: lo demás viene del demonio». Así enseñaba Jesús a sus discípulos. Con lo que queda demostrado que los cristianos también podemos decir que no, siempre y cuando lo digamos como el otro merece que se lo digan: con cortesía y amabilidad, cual si nos pesara mucho tener que haber pronunciado este monosílabo perverso.