Muy celebrado fue el discurso de C. Tangana al recibir el Goya a Mejor Documental, no sólo por la humildad de declararse un “intruso” en el cine –lo que en cierto sentido es, aun si, por lo que se dice de La guitarra flamenca de Yerai Cortés, uno muy talentoso, llamado a dejar de serlo– sino por la generosidad del fragmento de su alocución dedicado al perdón: “No sé vosotros, pero yo me equivoco constantemente. Tengo que pedir perdón constantemente y creo que vosotros también. Así que seamos comprensivos, perdonemos y dejemos que la gente se equivoque. Porque cuanto mayor es el error, más necesitamos el perdón de los demás.”

Lo dicho fue universalmente leído como una referencia (no demasiado) velada al escándalo que protagoniza su compatriota Karla Sofía Gascón. La actriz ha sido vilipendiada en lo general por sus declaraciones desafortunadas en legítima pero torpísima defensa de su película Emilia Pérez y en lo particular por tuits muy añejos pero muy lamentables cuya islamofobia oscila entre la pasividad agresiva (“Cada vez que voy a recoger a mi hija al colegio hay más hembras con el pelo tapado y el faldón hasta los talones. Lo mismo el año que viene en vez de inglés tenemos que dar árabe.”) y lo racista y xenófobo (“Cuántas veces más la historia tendrá que expulsar a los moros de España... todavía no nos hemos dado cuenta de lo que significa esta amenaza de civilizaciones que constantemente ataca a la libertad y coherencia del individuo”.)

La salida a la luz de esos y otros posts ha redundado en la “cancelación” de Gascón: un linchamiento digital consistente en la publicación de millones de mensajes no menos injuriosos –y a menudo transfóbicos– dirigidos a la actriz. Ella se ha disculpado pero los internautas no han cejado. (Mientras escribo, consulto Twitter. Introducir el nombre de la actriz arroja un “Fuck that white racist piece of shit Karla Sofia gascon!” publicado hace 16 minutos.) De ahí que en los Goya no sólo Tangana sino muchas celebridades hayan abogado porque el público le otorgue su perdón.

Yo no la perdono porque no soy quién para perdonarla. Ni la condeno porque no soy quién para condenarla. La respeto como actriz. Deploro lo que de ella como persona sé y no me quedan ganas de saber más. Es muy probable que resulte demasiado polémica para protagonizar otra película pero, si la hace y las credenciales del director me convencen, seguro la veré, y si su actuación es buena –como anticipo lo será– le aplaudiré. Como aplaudo en Mildred Pierce el trabajo de Joan Crawford (no su maternaje), en El año en que vivimos en peligro el de Mel Gibson (no su apertura de mente), en American Beauty el de Kevin Spacey (no su vida sexual).

Nos toca votar con la cartera: decidir si consumimos o no el trabajo de alguien. Lo demás es rudeza innecesaria.

POR NICOLÁS ALVARADO

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