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No, no es cuento chino, sino japonés, y lo cuenta nada menos que Ryunosuke Akutagawa, el famoso escritor, en uno de sus libros
00:03 domingo 29 diciembre, 2024
Lecturas en voz altaNo, no es cuento chino, sino japonés, y lo cuenta nada menos que Ryunosuke Akutagawa (1892-1927), el famoso escritor, en uno de sus libros:
Una vez, el Buda se paseaba por uno de los estanques del cielo cuando, por una hendidura, vio a lo lejos a un hombre que gritaba y maldecía en lo más profundo del infierno. ¡Qué oscuridad reinaba allí! ¡Y cómo se convulsionaban y gemía esta pobre criatura del Señor! ¿Qué había hecho para merecer semejante castigo?
El hombre que así padecía se llamaba Kandata y, aunque había sido un asesino, un estafador, un vicioso, un hipócrita y un ladrón, sin embargo una vez en su vida realizó una buena obra. «Sucedió de esta manera: en una ocasión, mientras caminaba a través de un espeso bosque, descubrió una araña, que se arrastraba por uno de los confines del camino que él venía recorriendo. Experimentó un fuerte impulso de levantar el pie y aplastarla de un pisotón. Pero en ese momento un noble pensamiento cruzó por su mente. Se dijo: “A pesar de que es una criatura sucia e insignificante pienso que, para ella, la vida debe tener importancia. Sería algo muy cruel de mi parte matarla sin razón ni excusa aparente”. Se dijo esto y luego apuró el paso y se retiró de allí, buscando su propia seguridad». Esto era lo único que había hecho de bueno en la vida: dejar con vida una araña que bien pudo haber muerto bajo el peso de su pie. Para Buda, esta buena acción era suficiente para sacar a aquel hombre del infierno. Sí, pero ¿cómo hacerlo? Mientras se hacía esta pregunta, pasó por allí una araña del Paraíso que tejía su hebra de oro, y a Buda, por decirlo así, se le prendió el foco. «Y tomando aquella larga hebra, la dejó caer haciéndola llegar hasta lo más profundo del averno». Y allá va el hilo de oro cruzando el cielo, dejando atrás la tierra e introduciéndose en la caverna infernal. Era ésta, como ya se ha dicho, una oquedad oscura, húmeda, pestilente y llena de alaridos. Pero algo brilló entonces por entre las paredes de la cueva y Kandata fue el primero en advertir su resplandor.
-¿Qué será?, se preguntó, lleno de curiosidad.
Durante algún tiempo contempló con atención aquella cosa larga y brillante hasta que cayó en la cuenta de lo que era: un hermoso hilo de oro.
-¡Ah –gemía-, si pudiera cogerlo y agarrarme de él, seguramente podría escapar de este infierno!
Pero el hilo se veía tan frágil, tan delgado… Y se abalanzó sobre él pensando que, de cualquier manera, nada perdía con intentarlo.
«Entonces se le ocurrió una idea y la puso en práctica en seguida; haciendo un lazo se ató las manos al rayo luminoso que lo levantaba y sostenía. Y, al lograrlo, exclamó feliz:
»-¡Lo he conseguido!
»Contento, se echó a reír, como hacía muchísimos años que no reía. Pero al mirar nuevamente hacia abajo comprobó que no era él sólo quien ascendía aferrado al hilo milagroso. Otros condenados también habían pensado lo mismo y se agarraban a la hebra, uno de los cuales casi le alcanzaba los tobillos. Aquello parecía un largo rosario procesional, como el hilo de una sarta de pequeñas y descoloridas hormigas. Al advertir esto, el ladrón se sintió paralizado por el miedo. Sus ojos estaban fuera de órbita. ¿Cómo podría aquel débil rayo, admirable ya en sí mismo, aguantar tanto peso? ¿Cómo podría de aquel modo sobrecargado soportar el infinito rosario de pecadores que se asían a él con manos ansiosas? Indudablemente, de un momento a otro se quebraría y él mismo sería arrojado nuevamente al infierno. Entonces todo habría acabado para él». ¡Qué desesperación! Con cada minuto que pasaba eran más los condenados que se aferraban al hilo de oro, y Kandata no veía la hora en que éste se rompiera. Y, así, presa del pánico más atroz, comenzó a dar patadas, a sacudir su cuerpo y a decir:
«-¡Eh, malditos pecadores! ¡Este hilo de araña, esta hebra es mía! ¿Quién os ha permitido trepar por él? ¡Fuera, fuera todos de aquí! »En aquel momento –dice Akutagawa- la desgracia que estaba prevista se produjo, y con el resultado que es de imaginar. La hebra se rompió, y Kandata fue precipitado, con una trágica pirueta otra vez hacia el abismo. Cayeron todos y sólo quedó colgando aquel hilo de araña, roto, como el inútil colgajo prendido a un ennegrecido cielo, sin luna y sin estrellas».
El buda, en el cielo, se echó a llorar. Kandata lo había echado todo a perder. Y colorín colorado… Estoy casi seguro que, para los críticos, éste es uno de los peores cuentos de Akutagawa, porque es moral, y ellos de cuentos morales no quieren saber nada. Pero para nosotros, que buscamos en la literatura no sólo indecibles experiencias estéticas, como dijo alguien, sino a Dios, éste es uno de los cuentos más hermosos de la literatura universal (se titula, precisamente, El hilo de araña). Sí, uno de los cuentos más hermosos, aunque se parezca mucho al que una vez contó Fedor Dostoyevski en Los hermanos Karamazov, poniéndolo en la boca de una rústica mujer cuyo nombre ahora no recuerdo. En Los hermanos Karamazov se trataba no de un hilo de araña, sino de una cebolla, pero ¿qué importa? Es, de todas formas, ya sea contado por Dostoyevski, ya por Akutagawa, un cuento hermoso. Porque muestra como casi ninguno otro que si bien la acción más pequeña es digna de un premio infinito, la más leve muestra de egoísmo es merecedora del peor de los castigos.