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Del sueño de la muerte sólo nos puede despertar una voz: la de Aquel que nos ama más que un padre
00:03 domingo 1 diciembre, 2024
Lecturas en voz alta-Mi niña está en las últimas; ven a imponerle las manos para que se cure y viva. -El hombre se secó el sudor y quedó pendiente de la respuesta de Jesús. ¿Aceptaría él ir a ver a su hija? Y, sobre todo, ¿llegaría a tiempo para curarla? Esto era lo que se preguntaba cuando llegó uno de sus parientes, le tocó el hombro y le dijo con voz quebrada: -Ya no molestes al maestro. Tu hija acaba de morir. Jesús oyó las palabras del recién llegado, observó la reacción del padre, se quedó unos momentos en silencio y dijo a éste: -No tengas miedo. Sólo ten fe. Pero, ¿de qué hablaba Jesús? ¡Era ya demasiado tarde para tener fe! ¿De qué sirve la fe cuando todo se ha perdido? «Entonces Jesús, acompañado de Pedro, Santiago y Juan, se encaminó a la casa de aquel hombre. Cuando llegaron, estuvo contemplando el alboroto de los que gritaban sin parar. Luego entró en la casa y les dijo: »-¿Qué alboroto y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida. »Ellos se reían de él, pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: »-Escúchame tú, niña, levántate. –La niña se levantó inmediatamente y echó a andar» (Marcos 5,21-43). En otra ocasión, mientras entraba a un pueblecito llamado Naín, vio Jesús que llevaban a enterrar a un muerto; éste era el único hijo de una viuda que lloraba desconsoladamente mientras caminaba a paso lento siguiendo el cortejo fúnebre. ¡Ahora sí que esta mujer estaba sola en la vida! Primero había perdido al esposo, su sostén, y ahora perdía al hijo, su esperanza. «Al verla, Jesús sintió lástima de ella y le dijo: »-No llores. –Y, acercándose al ataúd, tocó al joven y dijo-: ¡Escúchame tú, muchacho, levántate! »El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre» (Lucas 7,11-17). En otra ocasión, alguien se acercó a Jesús para darle el siguiente recado: «Señor, tu amigo Lázaro está enfermo». Pero Jesús no sólo no mostró signos de alarma ante tan mala noticia, sino que se demoró aún dos días más antes de ir a Betania, el pueblo en el que, de hecho, Lázaro había muerto ya. Dijo entonces Jesús a sus discípulos: «-Nuestro amigo Lázaro se ha dormido. Voy ahora a despertarlo». Y uno se pregunta: ¿por qué Jesús tardó tanto en tomar esta elemental resolución? ¿Es que no le preocupaba nada la enfermedad de su amigo? ¿Por qué no corrió para ir a socorrerlo? He aquí la explicación que de este misterio nos da un gran biblista español, Juan Manuel Martín Moreno, en uno de sus libros: «Desde el momento en que recibe la noticia de la enfermedad de su amigo, Jesús sabe ya que Lázaro está muerto. Si retrasa dos días su viaje es para que la resurrección tenga lugar cuando ya el cadáver haya empezado a descomponerse y el milagro sea absolutamente patente… Según la creencia judía, durante tres días el alma no se alejaba del cuerpo. Era al cuarto día, al comenzar la putrefacción, cuando la muerte era ya irreversible» (Personajes del cuarto evangelio). Claro, claro: si Jesús resucitaba antes a Lázaro, los asistentes al funeral acaso se dijeran unos a otros: «Bueno, en realidad éste no había muerto aún, sino que sólo estaba como dormido o algo así. ¡Vaya usted a saber lo que tenía Lázaro! Después de todo, hay cada enfermedad rara en este mundo»… Pero, ¿qué podían decir cuando el cuerpo ya apestaba? Jesús, pues, llega a Betania –una aldea situada a unos tres kilómetros de Jerusalén-, pide que lo lleven al sepulcro de su amigo, hace correr la piedra que lo tapaba y grita: «-¡Lázaro! ¡Sal fuera! »El muerto salió; llevaba los brazos y las piernas atados con vendas y la cara envuelta en un sudario» (Juan 11, 1-44). Y ante estos tres milagros, uno se pregunta: ¿qué tiene la voz de Jesús que resucita a los muertos? ¿Por qué éstos obedecen a su voz, mientras que ante otras voces ni siquiera se inmutan? «A un extraño no le hacen caso, porque no conocen la voz de los extraños» (Juan 10,5). Pregunto otra vez: ¿Por qué estos muertos no reaccionan a la voz de un padre (primer milagro), de una madre (segundo milagro), ni de unos hermanos (tercer milagro), mientras que sí obedecen, y al punto, a la voz de Jesús? Hay aquí un misterio que es preciso desentrañar. ¿Será que la muerte es un sueño del que sólo puede despertarnos un amor infinito? Pero, ¿es que no es infinito ni siquiera el amor de una madre? No, no lo es; es necesario un amor aún mayor. He aquí lo que, a la vista de estos tres prodigios, afirmó Giovanni Papini (1881-1956) en su hermosísima Historia de Cristo: «En los tres casos habla Jesús al difunto como si no estuviese muerto, sino únicamente dormido… No pretende resucitar, sino despertar. La muerte no es para Él sino un sueño, un sueño más profundo que el sueño corriente y diario. Tan profundo que únicamente un amor sobrehumano puede romperlo». Del sueño de la muerte sólo nos puede despertar una voz: la de Aquel que nos ama más que un padre, más que una madre, más que todos los hermanos, amigos y parientes juntos. Y esta voz sólo puede ser la de Jesús. Únete a nuestro canal de WhatsApp para no perderte la información más importante 👉🏽 https://gmnet.vip/7Be3H Los cuentos de nuestra niñez estaban poblados de princesas encantadas que sólo volvían a la vida cuando las besaba un príncipe venido de lejos. ¡Únicamente un beso podía despertarlas! Pues bien, así más o menos sucederá también con nosotros: cuando estemos dormidos –sumidos en ese sueño del que ningún mortal podrá despertarnos- escucharemos la voz del Amado, y entonces nos pondremos de pie y viviremos. Pues, ¿quién podrá resistirse al encanto de esa voz?