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“Nada de que el presidente no sabe”: esa es la vara que él puso, pero sus leales no se atreven a medirlo con ella
00:10 miércoles 8 octubre, 2025
ColaboradoresSon porristas, no tontos. Saben –es fácil comprenderlo– que el recurso político más útil con el que cuenta la “transformación” no es la honestidad; es la disciplina para cerrar filas.
Su respuesta ante los escándalos de corrupción –una palabra que supuestamente detestaban– los exhibe. No les importa combatirla, prefieren escenificar un malestar sin consecuencias. Oscilar entre el deslinde y lo anodino: ahí descansa la fórmula.
La información oficial incrimina; ellos presumen que se la han dado a conocer al mismo tiempo que acusan una campaña de la derecha. Los vínculos son ineludibles; ellos aseguran que no hay pruebas. La hipocresía, el encubrimiento y la impunidad no tienen límites. Donde debería haber indignación y una furiosa exigencia de justicia, hay indolencia y un conformista afán de purga partidista. Y como lo hacen a plena luz del día, cacarean que no están ocultando nada.
Bermúdez Requena fue encumbrado por López Hernández. Adán Augusto es criatura de Andrés Manuel. Dos entre muchas obviedades de la genealogía política, aunque no son pocos los ilusionistas que insisten en que los suyos son caminos que no se tocan.
Ayer aplaudieron que López Obrador concentrara más y más poder, hoy les urge exentarlo de cualquier responsabilidad por lo que pasó en su sexenio. Se tapan los ojos ante el abecedario de corrupción en torno suyo: Andy, Bartlett, Cienfuegos, Delgado, Esquer, Felipa, Guevara, López Hernández, Nahle, Ojeda, Ovalle, Pío, Sandoval, Scherer, Zaldívar… Y se dan golpes de pecho en defensa de una “honestidad” que, sólo por el huachicol fiscal, le costó al erario cerca de 200 mil millones de pesos en un año.
Si no se reeligió, ¿por qué tanto afán de dañarlo? El axioma es una falacia, pero en la lógica de sus sicofantes basta y sobra: él ya no está, ergo la bronca ya no es con él. ¡Ya déjenlo en paz, conservadores!
Las voces oficiosas de su causa no se cansan de evocar las frases del líder como si fueran versículos bíblicos, pero la memoria les falla cuando sus palabras se vuelcan en contra suya: “Nada de que el presidente no sabe, no se enteró, de que el presidente no tiene buenos colaboradores, de que lo engañan. Mentira: el presidente de México se entera de todo. No hay negocio jugoso que se haga sin el visto bueno del presidente. Para que quede claro, si hacen una transa grande, grande, grande, es porque el presidente lo permitió”. Esa es la vara que él puso; sus huestes, sin embargo, no se atreven a medirlo con ella. Son tan implacables para custodiarlo como pusilánimes para cuestionarlo. Cuánto orgullo para tan poca dignidad.
La deslealtad a su ideario básico (“no mentir, no robar, no traicionar”) está a la vista. Pero en la órbita del obradorismo los mentirosos, ladrones y traidores son quienes la señalan, no quienes la cometen. El “legado”, plantean con descarada audacia, está intacto. La ironía es que, a pesar suyo, tienen razón: porque el legado no fue la integridad sino el contubernio. Y ellos seguirán resguardándolo.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg