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Ten cuidado con lo que deseas, porque se te puede cumplir
00:01 miércoles 24 diciembre, 2025
Colaboradores
Es la gran paradoja de la vida, queridos lectores y lectoras. Cada quien se arma su propia película de cómo le gustaría que fueran las cosas, y por lo general vemos que no obstante, nuestro mejor esfuerzo, algunas se cumplen, otras no y unas más resultan exactamente al revés. Así es la vida, dirían las abuelitas.
Pero ¿qué hacer si todas se hacen realidad?
En política, muchas veces lo peor que puede suceder es que todos los astros se alineen, porque el éxito sin tropiezos conduce a la arrogancia, y el poder sin contrapesos a la complacencia y, tarde o temprano, a la propia decadencia.
La concentración —y la perpetuación— del poder se da de muchas formas y en muchos lugares. Pueden ser lo mismo monarquías que tiranías o dictaduras hereditarias. Las monarquías que han dado paso a compartir el poder con gobiernos electos o impuestos no son, en estricto sentido, dictaduras, aunque en casos extremos un monarca puede jugar un papel definitorio en el rumbo de su país: pienso en el caso del entonces joven y hoy retirado rey Juan Carlos de España cuando el intento de golpe de Estado que él ayudó a sofocar.
Pero ese fue un caso extremo y excepcional. La verdad es que las casas reales más grandes y longevas tienden a vivir en sus pequeños mundos, aislados de la realidad, desconectados de sus sociedades. Vuelve a ser ejemplo de ello Juan Carlos, pero no cantan nada mal las rancheras en el Reino Unido. Esa especie de autarquía social es la mejor muestra de la arrogancia del que se siente inamovible.
De esos monarcas a los de pequeñas naciones subdesarrolladas (sic) no hay, en el fondo, gran distancia ni gran diferencia.
Mucho peores son los tiranos que se eternizan en el poder, porque combinan el boato de la realeza con el mando político, económico y militar. Sin límite alguno suele conducir a sus naciones al precipicio, y a sí mismos al cadalso.
Y luego tenemos a los partidos, o sistemas, que se instalan. El Partido Liberal de Japón ha gobernado ese país, con breves paréntesis, desde 1955. El PRI perfeccionó el modelo de partido de Estado, creando una coalición de muy amplio espectro en que lo mismo cabían conservadores, liberales, socialdemócratas y socialistas. Pero, y es un pero mayúsculo, con alternancia interna y variantes ideológicas de sexenio a sexenio, en el que lo mismo cabían Lázaro Cardenas que Miguel Alemán, Echeverría que Salinas de Gortari. Pero, al igual que las monarquías y las dictaduras, sucumbió al hibris, el mal de la arrogancia y la egolatría.
Con ellas viene de la mano la corrupción, la complicidad, el encubrimiento y, lo más grave, el pragmatismo que acepta a cualquiera que pueda aportar alguna migaja de conveniencia política.
Ese es hoy, no sólo en México, pero muy especialmente aquí, el gran enemigo del hoy partido hegemónico: si Morena no aprende de las lecciones de la historia, de la naturaleza humana y de los grandes fracasos de quienes se creyeron intocables, podría tener su mismo y desafortunado destino.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS