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Una reivindicación de la inteligencia crítica contra la nostalgia autocomplaciente
00:10 martes 21 octubre, 2025
ColaboradoresEn 2011, el ensayista Jordi Gracia (Barcelona, 1965) publicó un librito que, antes que un ensayo, fue un bofetón. El intelectual melancólico. Un panfleto (Anagrama) es un potente alegato contra ese fastidioso hábito que consiste en hacer de la lamentación nostálgica un sustituto de la capacidad analítica. En lugar de reflexionar, el intelectual melancólico resopla: por el declive de la cultura, el empobrecimiento del lenguaje, la banalización del arte, el deterioro de la política, en fin, porque alberga la falsa certeza de que todo lo pretérito era mejor. Pero su melancolía, más que expresión de conocimiento acumulado, es una abdicación a la relevancia, un cómodo regodeo en su impotencia frente al desafío de la novedad.
No es que en la actualidad escaseen motivos legítimos para el desacuerdo o el descontento. El problema, en todo caso, es confundir la queja con la crítica. Al renunciar a involucrarse con el presente, por peligroso, decepcionante o incierto que luzca, el intelectual melancólico se refugia en el prestigio de una negatividad que alimenta la frívola fantasía de un retorno imposible. No combate aquello que lo atribula, apenas lo condena desde el púlpito de su altivo anacronismo. Gracia lo provoca, lo pincha, lo caricaturiza adrede. No elabora pacientemente un retrato de matices, perfila con recios brochazos lo insufrible del arquetipo y su atmósfera. Su trazo bosqueja a letrados de izquierda o derecha, de cualquier sitio o de ninguna parte, a jóvenes aseñorados o viejos apolillados que comparten dos señas de identidad: la impostura de que la añoranza constituye un argumento y la falsedad de que encarnan una resistencia cuando lo cierto es que sólo están inmóviles.
Gracia quiere infundirle nuevos bríos a la maltrecha figura del intelectual, devolverle su capacidad de habérselas con lo contemporáneo: menos desdenes y reproches, más compromiso e inteligencia. Rechaza la nostalgia como una forma de deserción, como coartada que rinde culto a un ayer idealizado y le hace ascos a las contrariedades del presente, ahorrándose así el esfuerzo de tratar de entenderlas. Quien se aferra a ese simulacro de superioridad moral se exime de la necesidad de encarar la realidad tal como se le presenta, cierra los ojos y se consuela con el arrullo de su propia caducidad.
Contra esa vocación de prístino escombro, Gracia emprende una defensa de la caótica vitalidad del presente; un elogio de la curiosidad y el asombro ante una época que nos hace tantos extraños; una celebración de la alegría que da sorprenderse, aprender y seguir adelante. No es que los intelectuales melancólicos sean tontos o perversos, es que son creativamente estériles. A fin de cuentas, es normal –para bien o para mal– que el mundo cambie. La calamidad es que quienes se dedican a pensarlo en demasiadas ocasiones prefieran no perder el pasado antes que ganar el futuro. Acaso no se percatan de que el porvenir no habita en el retrovisor.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg