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Perdonarán la digresión, pero es que está en lo cierto: “No comparto muchos de sus puntos de vista, pero no soy ciega a la sensualidad que derrocha"
00:10 martes 23 diciembre, 2025
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Hace un par de días, el Doctor Patán descubrió la polémica sobre el bolillo, mientras estaba entretenido y admirado con las fotos de playeras, llenas de sensualidad, de un integrante de nuestro movimiento. Sobre las fotos me llamó la atención mi amiga V.
Perdonarán la digresión, pero es que está en lo cierto: “No comparto muchos de sus puntos de vista, pero no soy ciega a la sensualidad que derrocha con esos shorts —me escribió—. Esas fotos son… Incandescentes. ¿No te parece un Lenny Kravitz de Zumpango?”. En fin, que en eso estaba cuando di con las mentadas de madre.
Un panadero de moda en nuestra ciudad, inglés para más detalles, había tenido el atrevimiento de criticar nuestro pancito. Que nuestras harinas son una chingadera, vino a decir, casi con esas palabras. Acababa de echarse un clavado en las arenas movedizas de nuestro nacionalismo. Se había metido con el bolillito.
Mi primera reacción, como la de tantos patriotas, fue indignarme. Pensé lo que cualquier chilango digno del nombre, y más ampliamente cualquier mexicano que merezca portar el pasaporte verde: que el bolillo es sublime. Recordé, ya saben, la panadería de la esquina, de la mano de mi madre, y el olor de los panes calientes, crujientísimos, salados, suaves por dentro, y lo bueno que estaba el bolillo recién comprado sopeado en el chocolate, y lo de la torta de cajeta, y cómo el bolillo tiene un primo jalisciense maravilloso que es el birote, un tesoro rarísimo en tierras chilangas, y demás cosas que cimentaron la mexicanidad setentera. Lo que todos sabemos, pues.
O, más bien, entendí de pronto, lo que todos recordamos. Porque, y aquí es donde el Doctor Patán se expone a que lo avienten a las movedizas, es un hecho que, desde hace varios años, conseguir bolillos con una calidad al menos decorosa es una odisea. En general, seamos honestos, lo que te encuentras es un pan sumamente chicloso, que tiene la propiedad de agarrarse a los dientes del cuchillo e impedir que lo cortes para ponerle, digamos, un tamal. Eso, durante 20 minutos. Pasado ese tiempo, el corte es imposible porque el pan se desintegra en un polvo que claramente no tiene propiedades comestibles.
¿Alternativas? Pocas. Su Doctor conoce dos que no va a compartir con ustedes por un justificable egoísmo: no quiere entrar a rebatingas con ese tesoro. Por lo demás, puedes optar entre dos horas en coche para una panadería barrial que, probablemente, está ya en zona controlada por el crimen organizado, o pagar algo así como 137 pesos por pieza de algo llamado “bolillo de masa madre”, que no es un bolillo, sino algo que a veces está bueno de otra manera, y que, en general, es algo que te recomendaría tu maestro de yoga.
Así que saquemos de las movedizas a nuestro panadero inglés, que, francamente, no dijo mentiras. Y que hace un pan buenísimo.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09