Lo ocurrido hace unos días en Celaya, Guanajuato, es el reflejo tormentoso de un país que vive asolado por la violencia y la impunidad desbordante.

Esa que igual toca tiendas rurales, como candidatos electorales. El tema electoral se convierte en una tentación más que una atracción. La mayoría de los ciudadanos caemos embelesados por la lengua multicolor de las y los candidatos que buscan nuestra aprobación para lograr sus cometidos personales y unilaterales. El resto tratamos de analizar a fondo nuestro voto, que tampoco exime que después veamos una equivocación. Y por otra parte, esa tentación peligrosa que la delincuencia ve en las y los procesos electorales: intereses, extorsiones, “tranquilidad y seguridad apalabrada”, “protección”, favores… Todo aquello que represente o no un interés, es el tema de todos los días de todo el país. Quien no lo atienda o haga menos, se ve envuelto en el peligro que su desdén implica. ¿Y la seguridad?, ¿la protección?, ¿la tranquilidad?

Un estado de derecho rebasado por el discurso de los “otros datos” que no quiere ver la realidad y menos atenderla. La gran mayoría de los municipios no pueden, los estados se tardan y la federación sólo señala. Las culpas se reparten de manera vertical y de arriba para abajo. En San Luis Potosí, como en todo el país, los candidatos deben de medir su seguridad o inseguridad. Saber con quien cuentan y con quien no.

Tocarlas puertas que debían de tocar, están a tiempo. Celaya no solo es Guanajuato. Celaya es todo México. ¡Hasta mañana!