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La posibilidad de un acuerdo bilateral, aunque menos deseable, no es algo que el gobierno mexicano desdeñe como posición secundaria
00:10 viernes 19 diciembre, 2025
Colaboradores
El gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum enfrenta una situación tan enrevesada que parece salir de las crónicas de las cortes bizantinas.
Tiene que entrar en negociaciones para revisar o rehacer un acuerdo comercial con el gobierno de un mandatario que tiene más poder y recursos que ella, que no tiene entusiasmo por el convenio más que como herramienta geopolítica y carece de empatía con México, al que prácticamente ha definido como un problema de seguridad.
Pero al mismo tiempo, por visión y por ideología, tanto como por una tradición de política internacional profundamente enraizada en la psique mexicana, le juega las contras a las posiciones estadounidenses.
Para hacer las cosas más complicadas, Trump es un gobernante que se precia de ser un negociador y le gusta hacerlo desde posiciones de fuerza, y ahora está determinado a restablecer una noción de grandeza estadounidense más cercana a las ideas de la Europa imperial/colonial del siglo XIX que del siglo XXI.
Para Sheinbaum, el problema es que la principal apuesta económica del país y su gobierno está en la relación con Estados Unidos, concretamente en la continuidad del acuerdo comercial tripartita que incluye a Canadá (T-MEC), tanto por su valor como regulador del comercio regional como por su importancia como imán para atraer inversiones.
La posibilidad de un acuerdo bilateral, aunque menos deseable, no es algo que el gobierno mexicano desdeñe como posición secundaria. La diversificación del comercio internacional es tanto un ideal como un proyecto generacional.
Pero esa relación hace al gobierno vulnerable a las presiones estadounidenses, sobre todo en lo económico, y la mera posibilidad de mantener un acceso privilegiado al mercado estadounidense obliga a reconsiderar posiciones presuntamente inamovibles y buscar fórmulas para darles la vuelta sin transgredirlos al menos de palabra.
Esa fórmula le ha funcionado al gobierno del presidente Donald Trump, tanto para obtener colaboración para detener flujos migratorios como en extradiciones de narcotraficantes importantes, sin olvidar instancias menos conocidas.
No es una situación simple, y sí una que pone al gobierno Sheinbaum en medio de presiones externas y las internas, representadas por grupos de presión que se dicen de izquierda, pero más bien juegan por posiciones de poder.
En qué medida algunas de las posturas de política externa, como el respaldo a Cuba, Venezuela, Honduras o Nicaragua, lleven a México a convertirse en intermediario o puente para negociaciones entre la izquierda latinoamericana y un gobierno estadounidense empeñado en resucitar la Doctrina Monroe, está por verse, pero sin duda son parte a considerar en la siempre complicada relación con Washington.
Pero raramente o nunca, como ahora, habían tenido tantas implicaciones.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
COLABORADOR
@CARRENOJOSE