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La actividad del volcán provocó algo más que vuelos demorados: un extraño día, como de novela o de película
00:23 lunes 29 mayo, 2023
ColaboradoresEl sábado sólo salí un momento: recorrí a pie las dos cuadras que me separaban de la proyección de la película de un amigo mío. Regresé a casa con los ojos llorosos. La razón no era la narrativa fílmica –que es sensible y terrible pero cuyo tono tiende a lo seco, si no es que a lo árido– sino la condición climática: algo había en el aire. En el baño, escuché el reporte de una lluvia de ceniza en la ciudad como quien evoca un pasaje de Cortázar o una escena de Godard, mientras hurgaba en vano en pos de las gotas oftalmológicas. El domingo comimos en casa porque yo tenía trabajo y Eunice gripa. (¡Claro! ¡Ella había tomado las gotas!) Entre toses me acompañó a la puerta a tomar el Uber. Lo difícil no fue cruzar la ciudad rumbo al aeropuerto sino navegar el aeropuerto mismo. En la puerta 8, donde pedí al chofer que me dejara, me recibió una fila que llegaba hasta la 6. “¿Disculpe, oficial, esa cola para qué es?” “Para los vuelos cancelados, señor”. Demorado. Demorado. Demorado. Delayed. Delayed. Delayed. A las 4 y media de la tarde se sucedían una, dos, tres, cuatro pantallas con delayeds y demorados desde las 12 del día. El mío, que debía despegar a las 6:25, no figuraba todavía. “Disculpe, ¿sabe si el vuelo a Guadalajara de las 6:25 está a tiempo, demorado o cancelado?” “Consulte las pantallas.” “Todavía no aparece.” “Ya aparecerá.” “¿Y no hay manera de saber ahora?” “Ya aparecerá.” A la media hora apareció: a tiempo. Esperé una hora en el bar a que me asignaran sala. Otra en la sala misma. Y otra en el avión. Fue a las 10 y media que hice mi entrada a la cena a la que me habían citado a las 8. Al día siguiente trabajé de 9 a 5, luego pedí un Uber al aeropuerto. El torniquete digital rechazó mi código QR varias veces. “Hay un problema con mi pase de abordar, señorita”. “¿Viaja a la Ciudad de México? El problema es con su vuelo: todos los que van a México están cancelados hasta mañana a las 7 de la noche. Y ni siquiera es seguro que ése salga.” Taxi a la terminal de autobuses. El reencuentro con otro pasajero, tránsfuga del aeropuerto él mismo. Dos horas tomando coca de dieta –se acabó el agua– con tal de cargar el teléfono en la cafetería. El camión. El retén. La inspección del uniformado, cuyo chaleco antibalas ostenta la dudosa leyenda “Guardia Civil”. (¿Existe tal cosa? ¿O me sueño en una novela de Pérez Galdós?) Él, intimidatorio: “¿Y usted a qué se dedica?”. Yo, impasible: “A escribir”. Él, sarcástico: “Ah, mire, que bonito. ¿Y de qué escribe?”. Yo, inseguro: “De cultura, de política, de muchas cosas.” “¿Y de nosotros no?” “No, de ustedes no.” “Pues debería. Nadie escribe de nosotros”. A las 6 llegué a mi casa y me metí en la cama. A las 10 desperté de un sueño intranquilo y tomé el teléfono para leer el periódico. La pesadilla no había terminado. POR NICOLÁS ALVARADO